Thursday, July 1, 2010
Blue Eyes
Hoy me pasó algo extraordinario, en el sentido más literal de la palabra: algo fuera de lo común, esas cosas que rompen no rutinas sino equilibrios. Hoy vi a mi hermana llorar. Llorar de angustia, de rencor, de impotencia. De bronca, digamos. Y es cierto que no son muchas las veces que la vi llorar, o tal vez sí, tal vez hayan sido muchas las veces que vi llorar a cualquiera de mis hermanos pero como hijo menor probablemente no recuerde muchas. Nunca supe qué hacer cuando alguien cercano llora, nunca supe qué decir, será porque a mí no me gusta que me hablen cuando lloro. O será que nunca lloré demasiado. Este año fueron dos veces, las dos en el mismo país: una por angustia, rencor, impotencia (y que la sangre es espesa), la otra solo, en la cocina de un hostel segundos después de que mi hermano me llamara con la voz quebrada anunciando que había nacido su hijo. Y tristeza, ni hablar, por lo menos hace cuatro o cinco años que podrían ser cientos o miles. ¿Tanto tiempo pasó? Mentiría si dijera que siempre creí, sin meterme en conclusiones teológicas, en que "cuando dios cierra una puerta abre una ventana", pero muchas lágrimas me hacen acordar a eso. Las mías, las ajenas, las tuyas, las nuestras. Mentiría si dijera que una de las imágenes más desesperanzadoras que vi en mi vida me hizo quebrar con lágrimas. Emiliano salía con el rostro oscuro de ceniza y demasiados cortes de un edificio que había estado ardiendo todo el día, un edificio de varias vidas y generaciones. Mentiría si dijera que no quebrar es honor o valentía, es sino de el más vil de los cobardes. Siempre fui uno. Y que no hablen de desesperanzas cuando no han visto al amor de la vida correr descalza por la calle. Será a lo mejor porque nunca supe qué hacer en momentos difíciles, será porque ni escribir me sale, será que el orgullo suele ser más fuerte que la pena. A Luciano lo vi una vez llorar, y estoy seguro que fue por orgullo, que su orgullo herido no le permitió darse cuenta a tiempo de un error. Mi mamá es de las personas más lloronas que conozco, hace un tiempo la vi llorar por mí: un día en el que una pelea en la escalera me dejó un corte profundo en el codo. No sabía si me odiaba o me quería demasiado. No creo haber visto nunca en mi vida a mi papá llorar, ni siquiera cuando murió mi abuelo o mi tía. Hoy, a la distancia, pienso que nadie lloró en los dos velorios. Se me viene una imagen que no quisiera borrar en mucho tiempo, en un pasillo: y que si esa noche me hubiera ido con Cande jamás hubiera conocido a Luisina, una de las personas que por lugar y tiempo me marcó más que cualquier cicatriz en el codo. Nunca se lo agradecí suficiente. Mentiría si dijera que siempre creí, sin meterme en conclusiones teológicas, en que "cuando dios cierra una puerta abre una ventana". Casi nunca digo la verdad, no sé por qué, pero a veces toca. Pensaba en cómo todo lo que sos te lleva a donde estás, esa mochila que no es peso pero es carga. Pensaba en Anna y en Camila, en Dani y en Sue. Pensaba en las aves de paso que curan fracasos. Pensaba en el hombro de Agus que hoy parece tan lejano. Pensaba en las pruebas fallidas, en los errores, en las palabras nunca dichas, en los demasiado tarde, en los nunca jamás, en los qué hubiera pasado, en el ya no ser. Pensaba en mi hermana llorando, golpeando el volante del auto con un desconsuelo enorme, en Lauti en el asiento de atrás que, como buen bebé, entiende, o intuye. Pensaba en mí, en la verdad de las cosas que siempre es tan relativa. Que las ventanas o las puertas no están construidas, o que son pasillos (¿de Cande y Lui?). Me acordaba de Sebastián que golpea las paredes con puños o cabeza ¿y no seremos parecidos? Uno de mis primeros personajes se llamaba Sebastián: iba a tener un hijo con la hija de un cana xenófobo. Será que nada es casualidad, una vez se lo dije a Flor: si las cosas cambian es porque ya no podían estar como estaban. Será que hay demasiadas mentiras y que la primera vez que dije te amo en voz alta estaba mintiendo descaradamente. A lo mejor siempre fui así y nunca me di cuente o nunca lo pensé y por eso ya no sé como hilar frases sino que me dedico a hacer únicamente listas sin fin. Que no sé terminar proyectos y si los termino se retuercen y les he perdido el cariño. O soy de demasiados horizontes y pocos ahoras. A veces pienso a la noche y nunca llego a conclusiones. Pienso en lo que extraño. Pienso que, a lo mejor, tengo muchas más razones para llorar que mi hermana, pienso en las cosas que debo: unos cuantos pedidos de disculpas, unos cuantos te quiero, demasiados te extraño. Tantas cosas que debí decir y nunca dije, vaya uno a saber por qué. A lo mejor es que siempre fui demasiado pendejo y el paso a la adultez es más raro e intrincado de lo que supuse en un principio. Ya No Sé Qué Pensar.
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